Crítica: Mitski – Puberty 2

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Si antes de empezar a leer el artículo han abierto Spotify, han buscado Mitski –que imaginamos que ya les suena cursi–, han seleccionado el álbum Puberty 2 –cursi multiplicado por dos– y han visto en la portada a esa menuda japonesa vestida de blanco en medio de un campo, no crean que nos hemos vuelto locos: las apariencias engañan.

Desde el desconocimiento de quién es esta artista, a nadie se le ocurriría buscar aquí un álbum de rock firme de ácidas intimidades, sino más bien lo contrario. Lo entendemos. El caso es que si han leído hasta aquí o han empezado ya a escuchar el disco se habrán dado cuenta que Puberty 2 huele al mismo aroma personalista que emanan los trabajos de St. Vincent o Angel Olsen, a rock con carácter. De su historia personal podemos destacar que tiene 26 años y que lleva unos cuantos establecida en Nueva York como base de operaciones tras haber residido durante su infancia en Japón, República Democrática del Congo, Malasia, China o Turquía. Si una vida así no es suficiente excusa para hablar de amor y desamor, de soledad, felicidad y derrota, ¿qué lo es?

Instrumentalmente hablando el álbum vive de las guitarras en sus múltiples manifestaciones. Es verdad que en el fondo te enganchan los brillantes fraseos melódicos, que en determinados temas alcanzan cotas de auténtico hit, pero siempre están impulsados por bases orgánicas vivas, vibrantes y muy expresivas, con especial peso de las guitarras sean cuales sean sus texturas. En ese sentido no hay dos temas iguales, enseñándonos en el cómputo global del álbum un sinfín de mejillas recientemente abofeteadas. Porque Puberty 2 no es en absoluto un manual para levantarse después de una caída: no es un manual de nada porque la buena de Mitski no nos habla desde una posición de superioridad en cuanto a inteligencia emocional, sino más bien desde lo más profundo de su espejo interno, ese que siempre le devuelve la mirada más feroz y derrotista. Con suerte, el álbum refleja el vaivén de estados de ánimo que puede llegar a atravesar mientras descifra su propia clave emocional. “I’m not happy or sad, just up or down / And always bad”, confiesa en ‘Thursday Girl’, uno de esos temas en los que se siente cómoda en el papel de anti-heroína.

Un disco visceral

Además de la estimulante y variada instrumentación, de la preponderancia de la guitarra como arma de expresión y del discurso un tanto malditista pero enormemente sincero y sentido, el álbum destaca porque combina las típicas tres o cuatro piezas que nos recuerdan favorablemente a reputadas artistas cuyas coordenadas estilísticas nos pueden servir de referencia, con una impronta personal que se abre hueco de manera imponente y visceral en el panorama musical como la legendaria gota de Fairy en un plato sucio. Sí bien la inaugural ‘Happy’ recuerda a la St. Vincent más puntiaguda, ‘Once More to See You’ a la más seductora –con esa letra tan romántica– y ‘Dan the Dancer’ y ‘A Loving Feeling’ a la primera y más combativa Angel Olsen, el tramo central del álbum destapa a la Mitski más genuina. En concreto desde la reparadora ‘Fireworks’ – “One morning this sadness will fossilize / And I will forget how to cry / (…) And when I find that a knife’s sticking out of my side / I’ll pull it out without questioning why”, hasta la muy derrotista pero ardiente ‘I Bet on Losing Dogs’, pasando por ‘Your Best American Girl’, la canción más sobresaliente y espectacular de Puberty 2.

Basada en una instrumentación monumental y en soberbios cambios de intensidad y de presión atmosférica más que de ritmo, esta última pieza mencionada ahonda de manera especialmente afilada en la frustración por no cumplir con las expectativas –“Your mother wouldn’t approve of how my mother raised me / (…) you’re an all-American boy / I guess I couldn’t help trying to be your best American girl”–, mezclando de forma agridulce el amor con la derrota y la soledad con una suerte de condescendencia salvadora –“You’re the sun (…) / Well I’m not the moon, I’m not even a star / But awake at night I’ll be singing to the birds”–. Después de esta barbaridad, y a excepción de las tremendas bofetadas de rock deshilachado que son ‘My Body’s Made of Crushed Little Stars’ y la ya mencionada ‘A Loving Feeling’, el disco se desvanece en piezas relajadas como ‘Thursday Girl’, el corte más pop, ‘Crack Baby’, sugerente y oscura, y ‘A Burning Hill’, un cierre vaporoso y acústico sostenido por un simple arpegio. En total no más de media hora, tiempo más que suficiente para borrar de nuestra mente cualquier vestigio de esa primera impresión tan errónea que nos llevamos todos al ver el álbum antes de escucharlo.

Mitski actuará en la próxima edición del Primavera Sound.

https://www.youtube.com/watch?v=HkvE_0k_2q0