Crítica: Nicolas Jaar – Sirens

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Nicolas Jaar entrega casi por sorpresa su segundo álbum, y es una maravilla. Rotundo, valiente, elegante… todos los adjetivos son pocos. Con Sirens el productor chileno-norteamericano se ha expandido en 360º, pero manteniendo una línea de coherencia estética inimitable. Además, por si fuera poco, ha introducido mensaje político (un tanto marxista) en una obra que termina resultando sobresaliente.

Cuando Nicolas Jaar hizo su deslumbrante aparición en el panorama de la electrónica más elegante y sesuda en 2011, apenas contaba con 21 años de edad. Un lustro después no nos ha pillado por sorpresa la evidente progresión del chileno-norteamericano, ya que durante este lapso de tiempo nos ha deleitado con Darkside, el fascinante proyecto a dúo con Dave Harrington, con varias entregas en forma de Ep y con un par de bandas sonoras. No obstante, el lanzamiento el pasado viernes de Sirens, su nuevo álbum, apenas unos días después de haberlo anunciado, sí nos ha pillado un tanto desprevenidos a todos, presentándose poco menos que como el segundo y rotundo advenimiento de uno de los mesías del lenguaje electrónico. Como buen hijo de arquitecto, Jaar construye espacios musicales que rellena como le da la gana: con el ruido minimalista y extremadamente diáfano de Space is Only Noise, su álbum de debut; y con un importante abanico de referencias, inquietudes y experimentos sonoros, que nunca resultan convencionales, en su nueva entrega. Un trabajo escandalosamente bueno que coloca a Jaar, a sus 26 años, en una posición privilegiada dentro de la real academia de la lengua electrónica.

Lo primero que llama la atención de Sirens es que su paleta estilística es tan ancha como fina, marcando una línea maestra de coherencia desde la cual se asoma a un vasto territorio musical en 360º. Hay algo en común en el alma de todos los cortes, pero cada uno de ellos se enfoca hacia un segmento distinto del incalculable universo de la música electrónica, y más allá. Sin embargo, a primera vista no tiene nada que ver –ni siquiera en la voz– ‘Killing Time’, el espacioso tema inaugural, con el desafiante galope de ‘Three Sides of Nazareth’, por ejemplo, pero el cultivo de facetas diversas es precisamente uno de los distintivos más apreciados de los mejores y más enriquecedores creadores electrónicos; y aquí Jaar da la talla más que de sobra. Luego el álbum destaca también por su contenido político, con una lectura de la realidad pesimista pero despierta por parte del músico. “Money, it seems, needs its working class”, acusa en la pieza inaugural; “We’ve allowed for a wheel of loss and desire / Now there’s no way to put out the fire”, alerta en la segunda; “No hay que ver el futuro / Para saber lo que va a pasar / (…) Ya dijimos No / Pero el Si está en todo”, sentencia en ‘No’; para acabar impartiendo una sucinta y drástica lección de historia en el desahogado corte final. Un discurso que, evidente, bebe de una visión marxista de la realidad y de la historia.

Expansión en 360º

En cuanto al contenido meramente musical del álbum, como ya hemos dicho, no hay dos temas iguales. Se abre con una senda que da continuidad a las atmósferas de Space is Only Noise, su álbum de debut, pero en seguida se adentra en terrenos más escarpados y estimulantes. ‘Killing Time’ es un lento, espacioso y dilatado tema donde el minimalismo impone un orden impoluto de beats, agudos de voz y delicados goteos orgánicos y sintéticos; un tema cauterizado y hermético en el que se oirían los susurros de una mosca, en caso de que los hubiera. Pero la cosa cambia radicalmente en ‘The Governor’, mostrándose como una escalada de electrónica free-jazz en el que el caos y el clasicismo escrupuloso se dan la mano y hasta se echan un baile. Solo ‘Leave’, justo a continuación, podría encajar también en la ópera prima del chileno-norteamericano. Haciendo un poco las veces de prematuro intermedio, el corte silencioso y quedo da pie a la serie de extractos de audio en los que oímos a Nicolas Jaar de niño hablando con su padre Alfredo, que también volverán más adelante: un toque de cercanía, magia y nostalgia del Jaar más cercano.

Estos entrañables diálogos, rebosantes de un aura de creatividad muy sana que debe haber caracterizado la relación padre–hijo, nos preparan de algún modo para ‘No’, una joya en lengua castellana y groove andino que marca, además, el epicentro del discurso político del músico. Un discurso donde el “” se presenta como ese entramado capitalista que, efectivamente, “está en todo”, de manera omnipresente y omnipotente. Aquí, como en casi todas las canciones, hay intervalos pausados que recuerdan al primer álbum, pero es evidente que el camino recorrido es otro muy distinto en este trabajo. Uno que nos lleva, por ejemplo y como inmejorable cumbre, al trepidante y desafiante terreno rock de ‘Three Sides of Nazareth’, con un Jaar de voz encapuchada; o a ‘History Lesson’, el tema que cierra el álbum: un oasis de la época de The Platters cuya una métrica desahogada y su fórmula vocal clásica resultan una mezcla excelente. El resumen en pocas palabras es que estamos ante uno de esos discos que serán recordados y oídos durante años; un hito en la carrera de Jaar; un álbum que explica su propio tiempo. Y tan solo tiene 26 años.