Crítica: Whitney – Light Upon the Lake

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Light Upon the Lake, el álbum de debut de Whitney, es un delicioso disco de verano capaz de sobrevivir al más crudo invierno, un canto a la perfección de lo fugaz: la mejor media hora de pop-rock independiente y evocador del año. No podíamos cerrar del todo 2016 sin desgranarlo.

Todavía a vueltas con el magnífico año musical que acabamos de dejar atrás, no podemos ignorar a quienes han sido, por méritos propios, una de las sorpresas más agradables e inesperadas de la temporada en el ámbito del pop-rock independiente: Whitney. Hablar de ellos como banda promesa podría ser un tanto injusto, ya que sus dos principales responsables, Max Kakacek y Julien Ehrlich, proceden de bandas anteriores con cierta trayectoria: el primero era guitarrista de Smith Westerns y el segundo toca la batería en Unknown Mortal Orchestra. Por eso Light Upon the Lake, su álbum de debut, no parece un álbum de debut, sino el inicio de un proceso de madurez con fuerte aroma indie: una aventura, en el caso de Ehrlich –compositor principal, batería y vocalista en este proyecto–, muy lejos de su banda mater, pero que pone en evidencia su enorme talento creativo e interpretativo como protagonista. Estamos ante un disco ligero, fresco, con un sonido enormemente cuidado pero con espíritu de tremenda sencillez. Un trabajo artísticamente muy elaborado que parece fruto de una genialidad sin esfuerzo, como si a Ehrlich no le hubiera costado nada parir temas tan puñeteramente redondos.

El álbum vio la luz a las puertas del pasado verano, postulándose claramente como uno de los sonidos más apropiados para afrontar la temporada estival. Se notan con absoluta nitidez los rayos del sol filtrándose en cada nota, la suave brisilla del mar acariciando nuestra piel, y el ritmo cadencioso y relajado de un viaje en coche por carreteras secundarias colonizándonoslo todo. Es un canto a la perfección de lo fugaz –dura apenas 30 minutos–, a la despreocupación y al dolce far niente más productivo. Whitney, en general, presentan un sonido que recoge virtudes de varios géneros: desde la sensación liberadora del indie más genérico hasta la capacidad evocadora del country alternativo de Woods –‘The Falls’, ‘Golden Days’, ‘Follow’–. Su fórmula podría ser una versión sui géneris de americana caracterizada por la constante y encantadora presencia de cuerdas, infinidad de vientos y cálidas percusiones, cuya función supera con creces la de unos simples arreglos. Una fórmula que incluso se aproxima a la de Fleet Foxes en ‘Ligh Upon the Lake’, la canción que pone título al álbum y le sirve de epicentro.

Sigue la voz

Por otra parte, exceptuando la instrumental ‘Red Moon’ con sus vientos en primer plano, todo el álbum vive como sumido en la voz evocadora de Julien Ehrlich: un meloso hilillo en falsete que parece transportarnos al mejor de nuestros recuerdos. Arranca en ‘No Woman’ acompañada únicamente de acústicas, hasta que empieza a crecer a su alrededor, de forma bella y natural, una impresionante y tupida flora instrumental. El tono de su voz recuerda bastante al de Jeremy Earl (de Woods), sobre todo en la carismática y trotona ‘Golden Days’, pero también le vemos cómodo y desenvuelto en planos distintos: en uno cercano al cante soul –‘Dave’s Song’–, por ejemplo, o en otro que podría recordarnos a un Mac DeMarco anestesiado –‘On My Own’–. En cualquier caso, temas como ‘No Matter Where We Go’ o ‘Polly’ nos recuerdan el valor de la banda como tal: uno de esos actores secundarios que no entiendes por qué no optan al Oscar por papel protagonista. La prueba la tuvimos en el pasado Primavera Club, donde no solo actuaron, sino que se ganaron por consideración unánime de los medios especializados el título no oficial de banda ganadora del festival.

En aquella ocasión vimos a Julien Ehrlich presidiendo el escenario con su batería en todo el medio, sobrado y un poco achispado, demostrando un saber estar sobre las tablas que no solo es resultado de su experiencia escénica con Unknown Mortal Orchestra. El chico lo tiene, es un privilegiado. Puede decir que sus dos bandas juegan en primera división, y hasta es posible que con Whitney supere las cotas de éxito alcanzadas con la primera. Dado que el álbum ha sido producido a pachas con Jonathan Rado (50% de Foxygen), cabía preguntarse si la banda aguantaría el grado de exigencia auto impuesta, ya que el disco, aunque sencillo en apariencia, se basa en partituras elaboradas y excelentemente sincronizadas. Su presencia en la mayoría de grandes festivales de cara a 2017 debería darnos el contrapunto de opinión necesaria para afirmar que, efectivamente, Whitney defienden sin problemas un disco tan redondo y fresco como es este Light Upon the Lake. Un disco de verano capaz de sobrevivir al invierno.

Whitney actuarán en el Primavera Sound 2017.