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Review

Los discos destacados de agosto

Del folk-rock experimental de Big Red Machine (Bon Iver + The National) al techno espartano de Halena Hauff, pasando por el pop-R&B lo-fi de la debutante Tirzah, el pop-rock personal de Mitski y Anna Clavi o el punk reivindicativo de Idles, aquí va una selección de los mejores discos publicados en agosto de 2018.

Con la humilde intención de no dejarnos nada relevante en el tintero, repasamos algunos de los lanzamientos discográficos más destacados de julio, un mes especialmente tranquilo en este aspecto. Una selección que va desde la consagración de Mitski y Anna Calvi a la emergencia de Helena Hauff, Tirzah o Idles, pasando por el regreso de Trevor Powers con nuevo proyecto, de unos previsibles Interpol, de un Blood Orange cansado y de unos renovados Still Corners. Sin olvidar, claro, a Big Red Machine, el proyecto de Justin Vernon (Bon Iver) y Aaron Dessner (The National)

 

Helena Hauff: Qualm

Considerada por Crack Magazine como la DJ más estimulante del momento y avalada por su presencia en el Sónar en 2015, 2016 y 2018 –además de otros muchísimos certámenes punteros de electrónica–, la alemana Helena Hauff repite con el prestigioso sello Ninja Tune tras su debut en 2015, previa fase de tránsito a través de diferentes firmas como Werkdiscs (la de Actress), Handmade Birds, Panzerkreuz Records, Lux Rec o Solar One Music. En Qualm, su definitiva consagración discográfica, vuelve ese techno crudo y punzante, ácido y oscuro, que tan buen resultado le ha dado siempre de cara a las pistas de baile. Un arsenal de nuevos argumentos para refrendar su ya elevadísimo estatus dentro de la escena electrónica actual.

 


Tirzah: Devotion

Además de ser uno de los debuts del año, el álbum de Tirzah resulta un delicioso enigma musical. Demasiado repetitivo para ser pop, demasiado melódico para ser electrónica y demasiado lento para ser R&B, Devotion lo es todo al mismo tiempo pero de la forma que menos te esperas. Producida por su inseparable Mica Levi, Tirzah Mastin ha suavizado, ralentizado y densificado el ritmo de su música –con respecto a sus dos anteriores EPs, más bailables– hasta definir un lenguaje musical propio que no se parece a nada. Algo así como una versión de Moses Sumney en femenino y proveniente de otros estilos. En Pitchfork hablan de ella alabándola desde el valor de la imperfección… ¡y actuará en el Primavera Club!

Tirzah actuará en el Primavera Club 2018 en Barcelona y Madrid, con entradas a la venta en Ticketmaster.

 


Trevor Powers: Mulberry Violence

Conocimos a Powers con su proyecto Youth Lagoon, con el que firmó tres discos de bedroom-pop electrónico experimental –de interés descendente– en la primera mitad de esta década. Ahora, dos años y medio después de que echara el cierre a dicha etapa, el músico californiano con sede en Idaho ha vuelto despojándose de varias capas de aislamiento y alumbrando un sonido renovado muy estimulante. Más minimalista, más luminoso y más mágico, transmitiendo de alguna manera la fascinación de un mundo exterior visto por primera vez: como si Powers hubiera salido por fin de su habitación para componer. Un mundo, eso sí, deshabitado y sumido en la quietud nocturna. Ideal para pasear de madrugada por calles desiertas.

 


Still Corners: Slow Air

Tras aventurarse sin demasiado éxito por el camino de la experimentación electrónica, cayendo en cierto histrionismo outsider que nos les sentaba nada bien, Still Corners han vuelto a la senda del pop melódico a secas. Puede que el riesgo asumido en Dead Blue, disco con el que inauguraron su propio sello discográfico, Wrecking Light, haya acabado por reconciliar a la banda con las bases fundamentales de su estilo, esto es: dulzura, elegancia y sofisticación. A todo ello, ya destacable en sus dos primeros álbumes, hay que sumar ahora una mayor amplitud de sonoridades y poderosa facultad narrativa que transforma sus canciones, ahora más que nunca, en historias vivas con forma y contenido. Slow Air probablemente no será la obra por la que más se conozca a Still Corners, pero sí es, seguramente, el paso más acertado que han dado desde su debut.

 


Mitski: Be the Cowboy

Sin duda, y desde ya mismo, uno de los discos del año. Esta trotamundos afincada en Estados Unidos ha revalidado su condición de nueva heroína del pop-rock con un disco soberbio, sólido y fresco. Con él ha definido su espacio de expansión estilístico a medio camino entre la primera PJ Harvey y la St. Vincent más rockera. Como ya ocurría en Puberty 2, su anterior trabajo –su cuarto disco pero el primero que tuvo trascendencia (el primero con Dead Oceans)–, Be the Cowboy presenta canciones breves con planteamientos directos que revelan una potente y perfectamente perfilada personalidad musical. A partir de ahora, por tanto, parecerse a ella misma será su única referencia principal.

 


Blood Orange: Negro Swan

No importa si prevalece su consideración como artista de rap, de R&B, de electrónica o de un híbrido entre todo ello más jazz, más funk y más un ideario fértil, el caso es que Dev Hynes (a.k.a. Blood Orange) es uno de los artistas más fascinantes y completos de su generación. Consagrado a la reivindicación de la gente queer y de color, lo que él llama “depresión negra”, el mensaje de Negro Swan recoge el testigo del de Freetown Sound, su obra hasta ahora más notoria, solo que con un nuevo aroma a cansancio. La variedad estilística que contiene, en cualquier caso, sigue siendo prácticamente inabarcable, exponiendo una vez más el rico mapa de las raíces y de las infinitas ramas de la cultura y la música negra.

 


Interpol: Marauder

Aunque los primeros compases de Marauder recuerden a –los peores– Kings of Leon, el espíritu estilístico de Interpol sigue intacto en el conjunto del disco. Esto, en principio, es una buena noticia; pero más o menos la misma calcada que extrajimos de sus dos anteriores entregas. Los de Paul Banks mantienen su chiringuito abierto a base de repetir modelo, de no alejarse del camino estricto de post-punk revival que marcaron hace década y media. El problema es que llevan demasiados años sonando igual –con la sutil excepción, más lenta, de El Pintor–, presentando pocos temas realmente remarcables. No obstante, hay algo indiscutible en el magnetismo de esas guitarras, de esos ritmos sincopados y de esa voz tan carismática, que les conserva en la relevancia dentro del género. Más que como referencia, como joven clásico.

 


Big Red Machine: Big Red Machine

Mucho más que un disco, Big Red Machine es un alegato por la amistad y el amor. Por todos es sabido que Justin Vernon (Bon Iver) ha purgado sus penas y miedos con dos de sus discos (For Emma, Forever Ago y 22, A Million), pero que en las épocas buenas, las de expansión hacia fuera, busca conexiones de amistad que se traduzcan en música. Uno de sus cómplices habituales es Aaron Dessner, el multiinstrumentalista de The National, con quien comparte varios proyectos en la industria musical. Big Red Machine es el último que ha dado fruto: un decálogo de folk-rock experimental, rompedor, positivista y hermoso. Acogedor e innovador a la vez: una obra artística capaz de hacernos ver el futuro como un mar de posibilidades de conexión. No es la suma de Bon Iver y The National: es la suma de dos (y más, como Richard Reed Parry, de Arcade Fire, también implicado) músicos interminables.

 


Anna Calvi: Hunter

Desde su primer álbum, Anna Calvi ha sido el ojito derecho de la industria (candidata con él al Mercury Prize) y de la crítica británica (finalista en el BBC Sound of 2011). Siempre se ha visto en ella un posible relevo de PJ Harvey, pero poco a poco su figura se va pareciendo más y más a una suerte de versión femenina y moderadamente británica de Nick Cave: con una personalidad potente que lo invade todo, un carácter a prueba de bombas y una relación casi dictatorial de ambos aspectos con su música. A sus 37 años y tras cuatro grandes referencias discográficas, no podemos hablar de madurez porque Calvi siempre lo ha sido. Lo que sí representa este disco es su definitiva consagración como artista, ya no solo de primera división, sino de zona Champions.

 


IDLES: Joy As an Act of Resistance

El punk siempre ha sido un acto de resistencia, un resorte para el despertar de la conciencia social. En ese sentido, teniendo en cuenta el estado del mundo, y aunque las guitarras puedan no estar viviendo su mejor época, posee un alma contestataria que nunca se pasará de moda. Los discursos sí que cambian, y en el caso de IDLES, el último grito del género proveniente del Reino Unido, actualizan una crítica que arremete, entre otras cosas, contra el racismo, el machismo o los abusos de poder. La morfología sí es la habitual: metralla en forma de guitarras que raspan, bajos hiperactivos y ritmos de guerra, alentada por la voz de Joe Talbot a la orden de no dejar prisioneros.