Crítica: Agnes Obel – Citizen of Glass
Citizen of Glass, el extraordinario nuevo trabajo de la pianista danesa Agnes Obel, contiene infinidad de momentos de incalculable belleza. Música de cámara, apta para todos los públicos, donde la oscuridad de fondo se deja vencer por la luminosa y profunda voz de Obel. Un disco redondo, íntimo e inmenso, del que no querrás salir jamás. Una obra maestra.
El periodismo musical está bien, pero en ocasiones “sobra”. Me explico: no es necesario saber quién es, de dónde viene, cómo llamamos a lo que hace o qué características técnicas tiene la música de Agnes Obel para disfrutar como enanos del discazo que acaba de sacar. Todo lo que digamos a partir de ahora es pura palabrería, lluvia sobre el mojado de vuestras sensaciones personales, que no tienen traducción más que en vuestros propios idiomas. Podemos decir que es una pianista y multiinstrumentalista danesa de 35 años, que ya triunfó en su país –llevándose varios premios de los Danish Music Awards de 2011– con su álbum de debut Philhamonics, que empezó la conquista del continente con su segundo trabajo, Aventime, o que gustará a aquellos que disfrutan con las composiciones de Yann Tiersen o de Ludovico Einaudi; pero al final unas cuantas notas de Citizen of Glass serán suficientes, y más elocuentes que yo, para que entendáis solitos que estamos ante algo muy especial. En cualquier caso, no sobra subrayar el hecho de que Obel se ha graduado definitivamente con su tercer álbum: con un discurso musical tan amplio y rico como concreto y fino, y un lenguaje clásico y a la vez avanzado.
Permítannos, de todas formas y pese a lo innecesario del ejercicio, trazar una breve descripción de su estilo. Partamos de su envolvente piano (y de sus celestas y espinetas: otros pianos, vaya), que sirve de base en la mayor parte de sus canciones. Añadámosle ahora otros varios instrumentos de cuerda con pedigrí: violines, chelos, clavicémbalos, algún que otro contrabajo; y por último una voz –casi siempre acompañada de algún coro– sensible, profunda y limpia. Con estos ingredientes, estructurados en melodías sugerentes, metonímicas y siempre brillantes de esperanza, Obel configura un lenguaje musical de cámara con alma de banda sonora, pero en la línea de los artistas mencionados anteriormente, de la Kronos Quartet, Philip Glass o Clint Mansell (especialmente en The Fountain). No por casualidad, y tirando mucho del hilo, su estilo también conecta como el de éstos con las corrientes más vanguardistas y contemporáneas de la música clásica, con el llamado serialismo y con la música concreta de Helmut Lachenmann. En resumen: un dulce minimalismo que se sirve de la repetición de determinados elementos envolventes, mientras otros revolotean a su antojo, para conformar un capullo de suaves texturas sonoras del que el oyente jamás querrá salir.
Entrar y disfrutar con todos los sentidos
Citizen of Glass, yendo ya a lo concreto, es un álbum redondo atmosférica y rítmicamente hablando. Ningún paso se ha dado sin saber exactamente a dónde conducían los siguientes, por lo que su sonido global es perfectamente reconocible casi en cualquier compás. Así ocurre desde su obertura, con esa ‘Scretch Your Eyes’ mecida por los violines, hasta el cierre con ‘Mary’, con sus voces vertidas sobre la base ondulada de un piano capaz de llenarlo todo con extrema sencillez. El disco, además, rebosa momentos de insoportable belleza, de esa que te rompe el aliento. En ‘Familiar’, por ejemplo, ésta radica en sus acabados celestiales, en el misterio que se esconce tras sus graves, y en ese ritmo cenital marcado a base de piano. En ‘Red Virgin Soil’, por el contrario, lo que te rompe es el lenguaje instrumental desnudo: el crepitar de las cuerdas bien estiradas, el contraste de éste con la lenta agonía de un violín triste que se resiste a dejar este mundo y el motor de esperanza que hay en la escala repetitiva que le sirve de sustento. Un sonido increíblemente emocionante, rudo y gutural pero muy mágico a la vez, que vuelve a manifestarse en ‘Grasshopper’, el penúltimo capítulo de esa obra maestra.
‘It’s Happening Again’, justo después de ‘Red Virgin Soil’, marca una ligera y deliciosa cadencia de ritmo en la evolución del disco. Obel realiza aquí un ejerció de interpretación inconmensurable, teatralizando su música hasta convertirla en una auténtica escena ciematográfica donde todavía hay espacio para los sueños. Dream pop cinemático de cámara, por llamarlo de algún modo. La atmósfera íntima y de ruptura temporal se mantiene en la sencillísima ‘Stone’, pero con ‘Trojan Horses’ vuelven el tono gótico a sus luces y las escalas de cuerda picudas a sus bases. ‘Citizen of Glass’, ya en el tramo final del álbum, es otro de esos momentos de insoportable belleza: solo con un piano –con los graves de base y los agudos goteando– tendido en la oscuridad, con la voz de Obel iluminando todo cuanto puede y con un velo espectral que se va diluyendo. Mientras que ‘Golden Green’, por el contrario, marca el contrapunto necesario de alegría rítmica para completar el círculo. Así cerramos la descripción de las 10 canciones que componen en disco desde la perspectiva personal de nuestras (mis) propias sensaciones. Ahora es vuestro turno. Entrad y disfrutad con todos los sentidos.