Crítica: Bon Iver – 22, A Million

Volcano Choir (71)Ret

22, A Million, el tercer álbum de Justin Vernon como Bon Iver, es un enorme interrogante, un álbum complejo y cargado de simbolismos que no conducen a nada, pero no por ello menos bello que sus anteriores entregas. No sabemos si se le está yendo la olla, pero aunque así fuera estaríamos encantados de seguirle a donde hiciera falta.

Si no les ha gustado el disco, por favor, no se metan con Bon Iver. El hombre está hecho un lío, está sufriendo. Está padeciendo, como dice en ‘666 ʇ’, el hecho de tener por médula espinal una larga lista de preguntas acumuladas que no tienen respuesta (“No, I don’t know the path / Or what kind of pith I’ve amassed / Long lines of questions”). No las busquen en el simbolismo de los números y títulos de sus canciones ni en sus letras, porque no las hay. 22, A Million es un disco críptico, un enorme interrogante lleno de símbolos y pistas que no conducen a ninguna parte; pero es la forma que tiene Justin Vernon de expresar el punto anímico y sentimental en el que está: roto y sobrevolando una y otra vez temas como la pérdida, la justificación, la salvación o la necesidad o no del amor. Teniendo en cuenta los antecedentes, es normal que el público esperase del tercer álbum de Bon Iver un retrato de sus propios miedos y necesidades, un feedback intimista de sus propios sentimientos; pero no hay que olvidar que el arte, antes que nada, es el lenguaje de su autor en primera persona, y éstos no siempre hablan en nuestro idioma.

Lo cierto es que estamos ante un álbum tremendamente complejo, con infinidad de microelementos diseminados por doquier y lleno de fábulas, metáforas, ilustres referencias literarias, códigos y figuras cifradas que lo hacen casi inabarcable por inteligible. Y no solo en el apartado lírico, sino también en la morfología aparentemente caprichosa de sus canciones, con un uso diríamos que excesivo del famoso vocoder y prescindiendo hasta de estructura rítmica en ‘715 – CRΣΣKS’, por poner un ejemplo. No obstante, hay muchos fragmentos en los que conectamos con el Bon Iver lúcido y clarividente de anteriores entregas, con esas melodías vocales que huelen a la quietud del campo en invierno, justo antes de las primeras nevadas, y con esa especie de fuerza natural intrínseca que le secunda, fantasmagórica, nostálgica y pura. De lo que sí deberían olvidarse es del Bon Iver acústico que vivía en una cabaña. Ese tío ya se fue; hizo de un disco y un discurso una obra de arte inmortal, pero ese Justin Vernon ya no existe. Y en el cruel e implacable avanzar del tempus fugit, al nuevo Bon Iver le perturba la idea de no poder parar: “What a river don’t know is: to climb out and heed a line / To slow among roses, or stay behind” (‘00000 Million’).

¿Se le ha ido la olla, o se nos ha ido a nosotros?

Es admisible decir, en el buen sentido, que a Justin Vernon se le ha ido la olla o, al menos, que está en proceso de írsele. Pero, ¿a dónde? He ahí la cuestión. Partiendo de la idea de que está perdido, resulta evidente que ‘29 #Strafford APTS’ es una vía de evasión, un punto de fuga, un momento de alucinante claridad donde no hay simbolismos engañosos y donde puede identificar el error, al otro lado del mapa (“Fold the map and mend the gap”); pero ese tipo de paz y suavidad no es más que una excepción. Solo en ‘8 (circle)’ y en ‘00000 Million’, dos temas en la línea ambiental de ‘Beth/Rest’, se respira esa misma atmósfera reposada. Por el contrario, la norma de 22, A Million es el embrollo: no tanto a nivel sonoro, ya que en la práctica su música resultante sigue siendo luminosa y tendente al minimalismo, pero sí en lo rococó intrínseco de sus falsetes, simbolismos y microelementos. Empezando por la base vocal en loop de ‘22 (OVER S∞∞N)’, y por lo recargados que resultan al final los arreglos intercalados de piano, cuerdas y vientos, por mucho que sean pequeñas pinceladas. O por la atmósfera gutural de ‘10 d E A T h b R E a s T ⚄ ⚄’, el corte quizá más sorprendente del álbum.

Acotadas, en cualquier caso, las salidas evasivas –‘29 #Strafford APTS’ y ‘8 (circle)’–, nos quedan solo las preguntas sin respuesta: el lío en el que está envuelto Justin Vernon. Como todos los humanos, el músico se pierde dentro de su propio galimatías: porque está claro que hay algo roto dentro de él, y que no encuentra las piezas ni la argamasa necesaria para recomponerse. Incluso en canciones melódicamente más reconocibles como ‘33 “GOD’ se terminan imponiendo sobre lo sinfónico las dudas existenciales, sembradas en ese ritmo a contrapié. Colgado en la ambivalencia –‘666 ʇ’–, tratando de dar sentido y de armonizar el caos –‘21 M♢♢N WATER’– y reduciendo a la minimísima expresión instrumentos tan dispares como el banjo y unos vientos acordeonados –‘____45____’–, Bon Iver también se sabe expresar, volviendo una y otra vez sobre las mismas preguntas sin respuesta. Otra cosa es que luego logre conectar con nosotros, que ya es más difícil, y con según quién le costará más o menos. En resumen, puede que 22, A Million no sea precisamente una montaña rusa de emoción, que sea críptico y un tanto obsesivo, pero parece ser el fiel reflejo del momento vital de Vernon, convirtiendo al final su propia creación en la única respuesta válida para cualquier pregunta vital.

Foto de Pablo Luna, tomada en el el Primavera Sound 2014 durante el concierto de Volcano Choir.