Crítica: Kevin Morby – Singing Saw

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Kevin Morby, antiguo bajista de Woods, se estrena en el sello Dead Oceans con un álbum libre de esquemas preconcebidos. Singing Saw, su tercer trabajo en solitario desde 2013, es un disco convincente en el que se transparentan con particular brillo lo-fi las mejores influencias del tejano.

Hace algunos días reseñábamos el nuevo disco de Woods sin mencionar a más integrantes de la banda que a su líder, Jeremy Earl. Hoy, sin embargo, vamos a hablar de su antiguo bajista, Kevin Morby, que acaba de lanzar al mercado su tercer álbum en solitario: Singing Saw. Nacido en Texas hace 28 años, el hombre nunca se restringió a Woods, con quienes trabajó en cuatro de sus discos –entre 2009 y 2013–, llegando a intercalarlos con otros dos álbumes publicados con The Babies, un cuarteto de garage lo-fi fundado por él y Cassie Ramone, cantante y guitarrista de Vivian Girls. Un caso bastante típico de músico pluriempleado, o de músico hiperactivo con demasiadas personalidades artísticas como para reducirlas a una única formación. Ahora bien, si aceptamos que hasta ahora su nombre haya quedado algo eclipsado por su función gregaria en el relativo éxito de Woods, no podemos hacer menos que empezar a tratar a Morby como BIC –bien de interés cultural– por méritos propios, fundamentalmente por su magnífico último trabajo en solitario.

Con la misma verborrea musical que su antigua banda, Kevin Morby ha publicado tres discos en apenas tres años, desde que en 2013 abandonara la formación de Brooklyn. Tres pasos que describen a la perfección cómo un músico con talento echa a volar. Su personalidad ha crecido exponencialmente en cada una de sus publicaciones, hasta aflorar definitivamente en Singing Saw, un delicioso discurso de autosuficiencia, en el que se descubre como un cantautor rico en recursos e influencias. Morby, por momentos, recuerda al carácter ajado pero brillante de Cass McCombs, a la elegancia alternativa de Early Day Miners, Piano Magic o Arab Strap, al clasicismo compositivo de Lou Reed o Bob Dylan, e incluso a la parte más de autor de Pink Floyd; pero lejos de parecer un compendio de remiendos, su estilo los ha absorbido a todos configurando una fórmula muy atractiva. El disco contiene pop-rock melódico, folk trotón, country encubierto y hasta coqueteos con el góspel, todo desde su particular perspectiva lo-fi y aderezado con una voz encapotada pero sincera y muy cercana. En realidad no tiene nada del otro mundo, y a la vez lo tiene todo.

El Kevin Morby más transparente

Singing Saw es el primer trabajo de Morby fuera de Woodsist, el sello de Woods, y se nota que el músico ha querido alejarse de esquemas preconcebidos por la extraordinaria variedad de planteamientos que percibimos en las nueve canciones. No hay dos temas iguales, ni siquiera parecidos, pero en todos hay algo reconocible que nos remite a la misma fuente creativa. Desde la desafiante ‘I Have Been to the Mountain’, un corte que te engancha al disco a las primeras de cambio, hasta la apacible y muy sureña ‘Black Flowers’, es como si no pudiéramos apartar la mirada de un Morby que se expresa libremente y en todas sus facetas más cotidianas. Solo la extraordinaria y enorme ‘Singing Saw’, canción que da nombre al álbum, reviste cierta tensión, profundidad y trascendencia, pero el resto parecen conducirnos a un lugar en el que no hay problemas ni complicaciones a la vista. Singing Saw es una oda a la sencillez, y temas como ‘Cut Me Down’, ‘Drunk and On a Star’ o ‘Ferris Wheel’ ayudan a que nos bajen las pulsaciones.

En general, y pese al salto cualitativo que simboliza este nuevo trabajo, el estilo de Kevin Morby sigue siendo discreto y de perfil independiente. Las mejores melodías del álbum son suaves y redondeadas, huyen de complicaciones o nudos narrativos innecesarios y no es probable que se concibieran para que un público masivo las coreara en el prime-time de ningún festival. Más allá de la dinámica ‘Dorothy’, donde es imposible no fijarse en cómo se dan la mano vientos y piano, el disco está repleto de infinidad de arreglos orgánicos que en principio pasan desapercibidos, pero que convencen a nuestro subconsciente de manera muy efectiva. En resumen: Singing Saw no es un álbum de grandes hits, pero es un gran álbum construido con humildad y un talento, de algún modo, liberado de antiguos esquemas más dogmáticos. Es el nacimiento de un Kevin Morby más transparente, y ‘Destroyer’, con ese regusto a clasicazo renovado, es probablemente el ejemplo más representativo. Olvídense de etiquetas, estilos de moda y convencionalismos: esto es música independiente de verdad.