Crítica: The National – Sleep Well Beast
Con Radiohead más en el horizonte que nunca y cierta tímida actitud innovadora, The National presentan otro disco más que notable. Sleep Well Beast, su séptimo trabajo, nos remite constantemente al típico confort desde el que siempre han construido la solidez de su sonido, pero con ciertas trazas de aperturismo estilístico. Una casa con ventanas. Infalibles y… ¿menos previsibles?
A estas alturas, uno ya sabe con certeza lo que se va a encontrar al abrir un disco nuevo de The National. Prácticamente ignorados durante el periodo que abarcan sus tres primeras publicaciones, llevan tiempo –no todo el que merecen– formando parte del mainstream, significando una de las vías más aceptadas, centrales y accesibles de lo que viene a llamarse rock indie alternativo; y de tan fiables que se han vuelto llegan a ser incluso previsibles. Genialmente previsibles.
Sin embargo, en Sleep Well Beast, su séptimo y último álbum, The National se han reinventado más que en ninguna otra publicación, manteniendo aun así bastante intacto su inconfundible sello sonoro. La noble y dilatada voz de Matt Berninger, la excelencia instrumental de los hermanos Dessner y Devendorf, la impecable y siempre elegante producción, las melodías melosas y su incalculable carisma siguen ahí, pero han encontrado otras modalidades y morfologías para expresarlas. Puede que la infinidad de proyectos paralelos que han emprendido los miembros de la banda –EL VY, LNZNDRF, Planetarium, producciones varias y bandas sonoras– durante los últimos años hayan influido en la apertura formal, pero lo que es seguro es que ganamos todos.
En (A) casa
El álbum, en general, está abrazado por una cálida sensación de introyección, por la familiaridad y el confort de un hogar con alfombras suaves, una chimenea crepitando, vino y hierba. Por la autosuficiencia de no necesitar a nadie más, por el placer de la no acción. El mensaje está claro en ‘Nobody Else Will Be There’, el primer corte: “It’s a subway day / Nobody else will be there (…) / Why are we still out here? / Holding our coats (…) / Can’t we just go home?”, así como ‘Day I Die’, en el siguiente: “I’d rather walk all the way home right now than to spend one more second in this place”. Entre las dos conforman un inicio 100% The National: la primera, redonda, reconfortante y envuelta en piano, es poco menos que un útero materno; mientras que la segunda, vertiginosa y directa, es como la vida misma precipitándose envalentonada, con esa guitarra colgada como una estalactita.
En esa misma línea previsible y ortodoxa se mueven los demás singles del disco: una ‘The System Only Dreams in Total Darkness’ especialmente trepidante, con estribillo culminante, ‘Guilty Party’ –¿la empieza Radiohead?– y ‘Carin at the Liquor’, ejemplos del tipo de calma aristocrática que emana de The National a cada nota: elegante, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. También ‘Born to Beg’, un calco de esta última, aunque aquí ya sí se nota un aire nuevo y distinto en el beat; y no digamos en ‘Empire Line’, que, a base de arreglos y de una instrumentación clásica casi secundaria, ciñe la clásica melódica de la banda en una morfología casi irreconocible.
… Con ventanas
De todas formas, lo verdaderamente sorprendente del disco se halla sobre todo en tres temas: ‘Walk It Back’, cuya flotación final abre espacios nuevos –casi post-rockeros– en la paleta de sonido de la banda, una enmarañada y ferviente ‘Turtleneck’, y en ‘I’ll Still Destroy You’. Ésta, probablemente la mejor canción del disco, combina elementos característicos de The National –melodía, voz dilatada, ritmo de trote noble, etc.– con otros bastante novedosos, como el arranque a lo Atoms For Peace o ese acento exótico que se entrecruza entre cuerdas y percusiones. Además, versos como “I’m gonna miss / those long nights with the windows open / I keep re-reading the same lines always up at 5am every morning / Like a baby” y el apretón de intensidad final le dan un volumen y una profundidad muy apreciables.
Para el cierre quedan dos temas que, aun siendo prescindibles, añaden más formas novedosas al catálogo de The National. ‘Dark Side of the Gym’, baladilla pop lo-fi con remate orquestal, y una sintética y cansada ‘Sleep Well Beast’ –Thom Yorke, strike 3–, cuya planicie y estática desvían casi por completo su sonido del rock. ¿Estaremos tal vez ante el principio de una desvinculación progresiva del rock como la que, por ejemplo –y no casual–, protagonizaron Radiohead prácticamente desde Kid A? De ser así, Sleep Well Beast sería un disco todavía conservador, pero ya con trazas de verdadera actitud vanguardista: una casa familiar con ventanas que se pueden abrir. Es el paso que le falta a The National para liderar de una vez su generación.