Crítica: Wild Beasts – Boy King

Wild-Beasts-2016

¿Por qué usar efectos especiales si ya se tiene un buen guión? Los Wild Beasts más melódicos pierden la batalla ante la empalagosa producción propuesta por John Congleton en Boy King, su quinto disco. Los británicos, que actuaron este verano en la primera edición del Mad Cool, volverán a nuestro país en otoño con motivo del BIME Live.

Wild Beasts son una banda inglesa que prometía mucho en 2009. Con Two Dancers, su segundo álbum –siempre desde Domino Records–, fueron candidatos al Mercury Music Prize el año en que lo ganaron de The xx; y parecía, entonces, que su carrera se iba a catapultar a lo bestia. Sin embargo, probablemente el mayor mérito que ha logrado cosechar la banda desde entonces ha sido el de servir de comparación básica para la fórmula pop de formaciones nacientes en estos últimos años como Alt-J, Django Django, Glass Animals o Half Moon Run. Una especie de pop alternativo, entre onírico y de cámara, que aborda la ensoñación y la fantasía desde la perspectiva opuesta a la del dream-pop: con atmósferas siempre mágicas, pero con ritmos y actitudes más translúcidas y decididas. Una suerte de synthpop suntuoso y fértil, naturalista y fresco, que los de Hyden Thorpe, llamémosles pioneros, han plasmado ya en cinco discos. El último de ellos, recientemente estrenado, responde al nombre de Boy King, y aunque en él se entrevén claramente las buenas intenciones y el tremendo talento melódico de la banda –sobre todo en el apartado vocal–, no alcanza la redondez de su obra más alabada.

Este resultado se debe probablemente a dos hechos que están relacionados. Por una parte, resulta evidente con tan solo una escucha que las mejores canciones están en la primera parte del disco, dispersándose sobremanera en la segunda mitad y perdiendo gancho el apartado melódico. Por otra parte, dicho apartado, probablemente la mejor de las virtudes históricas de esta formación, destaca al principio en tres o cuatro temas de manera clara, no siendo casi necesaria la introducción de un tipo de acompañamiento de producción que, y esto aumenta a medida que avanza el disco, parece querer esconder una supuesta falta de calidad melódica. O lo que es lo mismo: al principio se imponen las melodías, la narración; y al final lo hace la producción de fondo –nada menos que de John Congleton, por cierto–, el efecto, ahogando la mejor de las armas de seducción de Wild Beasts. Así pues, la pregunta está clara: ¿por qué usar efectos especiales ramplones e innecesarios si ya se tiene un buen guión? Mientras conviven bien, la cosa funciona, pero cuando solo queda lo primero, el disco se pervierte.

Un círculo que no acaba de cerrarse

Boy King se abre con ‘Big Cat’, un tema sugerente que nos trae a la mente el atractivo de su segundo disco y los primeros pasos de bandas como Alt-J o Glass Animals. Aquí se forma una atmósfera que solo volverá, aunque amplificada, en ‘Celestial Creatures’, el mejor corte del disco con diferencia. Pasado por el filtro de rock-más-directo que exhiben correctamente en ‘Togh Guy’, se impone como un tema que tiene todo lo mejor de Wild Beasts: emoción, densidad voluptuosa, floral y faunística, y un luminoso misterio por resolver dentro de una semi-oscuridad mágica y envolvente. Estas tres canciones, en cualquier caso, son las coordenadas a seguir para explorar el disco entero. Bajo el pilar de rock directo de ‘Togh Guy’ se desarrollan bastante bien la desafiante ‘Alpha Female’, una muy rítmica, casi funk, ‘Get My Bang’, que en su día fue el primer single; y, ya en la segunda mitad, ‘Eat Your Heart Out Adonis’, un corte progresivo que pavonea con mucho garbo un tipo de actitud rebelde no demasiado habitual en ellos.

Salvando esta última, como ya hemos adelantado, la segunda mitad del disco carece de temas a los que aferrarse para cerrar el círculo. Partiendo de ‘2BU’, una canción que por momentos parece haberse publicado todavía a medio gas –con macrocefalia de estribillo–, asistimos al triunfo del efecto sobre la narración. Efectos como el que abre ‘He The Colossus’, que determinan por completo el tema, o esa especie de gomosidad chillona de ‘Ponytail’, el corte más bizarro del álbum. Por último, no pega mucho un final etéreo y esperanzador al estilo balada espacial, materializada en ‘Dreamliner’, cuando el disco estiraba la cuerda precisamente hacia el otro lado del pop; y tampoco el bonus track con recortes y trozos sueltos del álbum, a modo de entrega del borrador general. Desde luego, no nos ayuda a calcular su perímetro. En resumen, estamos ante otro trabajo de Wild Beasts del que extraeremos el jugo seleccionado, pero en que no nos zambulliremos como hicimos en su día con Two Dancers.