Crítica: Woods – City Sun Eater in the River

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– “Otro discazo de Woods”, dice Interlocutor nº 1.
– “¿Otro? Yo paso, que ya me aburren”, argumenta Interlocutor nº 2, con algo de razón y cierto agobio por la saturación del mercado.
– “Pues haz una cosa”, aconseja sabiamente Interlocutor nº 1, “olvídate de todos los anteriores y quédate con este”.

Este diálogo ficticio es lo que mejor describe el punto al que ha llegado Jeremy Earl con su proyecto Woods: la conquista de una cumbre que ha ido gestionando paso a paso, ascendiendo metro a metro, hasta sentar cátedra con el que es su noveno disco en apenas diez años de trayectoria. City Sun Eater in the River es la modesta culminación de un itinerario propio dentro de las mil posibles vías de movimiento del género americana; un disco rebosante de personalidad, que a la vez enlaza con un sinfín de referencias cardinales que parten del rock sureño de los ’70. Sin embargo, Woods es de esos grupos que escriben su propia historia, y Jeremy Earl es el guionista, director y productor de toda la obra. Un auténtico visionario, pero de los que se sientan en el porche a ver pasar la vida desde una cómoda mecedora, ocupándose de sus propios asuntos y sin importarle nada de lo que ocurra más allá de sus propias tierras. Sin hacer mucho ruido pero avisando disco a disco, Woods se ha instalado definitivamente a la cabeza de las nuevas generaciones de la música americana.

Olvidar los ocho anteriores álbumes quizá sea exagerar un poco, porque en absoluto se han vuelto prescindibles a la luz de esta nueva entrega. En cambio, sí parecen los escalones de ascenso al último piso, desde el cual se divisa la vista más amplia y hermosa; y la lógica nos diría que merece la pena esperar a estar arriba del todo para rendirse a los Woods más exultantes. Porque no solo es su trabajo más accesible –sin caer en derroteros pop de ninguna clase–, sino que también es el que mejor representa su particular visión del folk, con esa latente tendencia al espíritu jam y con las puertas siempre bien abiertas para que entren refrescantes corrientes de otros géneros. Aires que sanean periódicamente un hogar musical muy bien asentado sobre tierra firme. Además, en cierto modo, su discurso destapa cierta dignificación sobre la América nativa, tan olvidada por la cultura oficial, con infinidad de arreglos casi artesanales que podrían llevarnos a hablar de un folk de tintes ligeramente etnográficos.

Todo encaja perfectamente

En cualquier caso, City Sun Eater in the River es un disco esbelto que pasa volando sin posarse un segundo. Melódicamente es brillante, con estrofas pegadizas y llenas de su estilo personal; y rítmicamente es una auténtica delicia. No hay frenazos ni métricas forzadas: todo discurre con fluidez y naturalidad, siempre al ritmo adecuado, dejando respirar a las estrofas como si de un buen vino se tratase. Cada canción presenta un mundo en el que merece la pena detenerse por un momento. Universos ajetreados como los de ‘Sun City Creeps’ o ‘I See in the Dark’, braseados y con alma de country mañanero como los de ‘Morning Light’ y ‘Politics of Free’, o con fuerte aroma afro mestizaje como el de ‘The Take’, un tema de vientos y percusión que explota en un desdoblamiento guitarrero –sigan también al bajo– un tanto psicho-tribal hacia la mitad. Y, sin embargo, todas parecen fragmentos de perfecto encaje de un dibujo mucho mayor y más panorámico.

Hay, de todas formas, una cadencia llamativa en el ecuador el álbum, protagonizada por la soledad de ‘Can’t See at All’ y, sobre todo, por ‘Hang I ton your Wall’, un tema que podría pertenecer al mejor de los spaghetti westerns: de iluminación magnética y crepuscular, recoge en apenas dos minutos toda la dramática del desierto mejor que cualquier imagen de toda la filmografía de Sergio Leone. Luego hay canciones que se integran en el global del disco por pura inercia, como ‘Creature Confort’, y las finales ‘The Other Side’ y ‘Hollow Home’, conformando un entramado perfectamente entrelazado de texturas artesanales sin un gramo de impostura o efectismo barato. City Sun Eater in the River es un trabajo redondo y exultante; un triunfo en toda regla basado en la insistencia y en la repetición de la misma fórmula, pero solo hasta mucho antes de la saciedad. De hecho, si después de diez años y casi el mismo número de discos no se han cansado de la particular voz en falsete de Earl, es porque ésta no es más que la punta de un iceberg en el que cabe todo el rural de Norteamérica.