Crítica: Alt-J – Relaxer

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Relaxer, el nuevo trabajo de Alt-J, es un disco corto, pobre, lento, tedioso, falto de emoción y con varios ademanes de repetir algo que no acaba de salir bien. Los síntomas más preocupantes que puede presentar una tercera entrega. Esperemos que solo sea un bache en su trayectoria.

Tras dos álbumes rebosantes de canciones –13 en cada uno, más bonus tracks– y de pasajes tremendamente evocadores, Relaxer, la nueva obra de los británicos Alt-J, sabe a poco. No nos tiembla el pulso al afirmar que estamos ante su trabajo más pobre o, al menos, frente al que ha dado un resultado más tibio hasta la fecha. Inconexo, apagado y poco convincente, parece más bien la mitad menos estimulante de uno de sus discos interminables.

La aparición de Alt-J en el panorama indie pop-rock, hace ahora cinco años, supuso el advenimiento de una fórmula musical que recogía el testigo de la de Arcade Fire a la hora de revitalizar el género: una suerte de versión experimental, colorista y ambiental del pop barroco y del art-rock que los canadienses llevaron al mainstream. Sin embargo, puede que An Awesome Wave, fresco y –literalmente– asombroso, y This Is All Yours, delicado y profundo, hayan marcado un listón demasiado alto para una fórmula que ha vivido, en cierto modo, del efecto sorpresa.

Buscando en vano su Shangri-la

Relaxer, en ese sentido, sigue la línea estilística de su segundo álbum, apostando por una sonoridad nocturna, sugerente y enigmática que parece querer revelarnos un gran secreto que al final no existe. ‘3WW’, de hecho, la canción que abre el álbum con ese cierto olor al sol cenital de Calexico, podría ser la entrada a un nuevo universo de esos suyos rico en detalles, colores, sonidos y ritmos –como lo son ‘Intro’ y ‘(The Ripe & Ruin)’ en An Awesome Wave e ‘Intro’ y ‘Arrival in Nara’ en This Is All Yours–, pero en este caso el interior al que accedemos parece más el de una serie de apartamentos independientes donde viven diferentes familias que apenas se conocen, y no la especie de gruta encantada, con su flora y su fauna, a la que nos tenían acostumbrados.

Así, ‘In cold Blood’ podría corresponderse a las ‘Tessellate’ y ‘Nara’ de sus anteriores entregas: culminaciones de una lenta pero majestuosa floración inicial; pero no funciona igual: ni con la misma frescura que la primera ni con la misma magia de la segunda. En cambio, presenta arreglos y decoraciones que parecen desproporcionados para el tipo de narrativa que caracterizaba a Alt-J: los vientos, por ejemplo, parecidos a los de ‘Dangerous’ (The xx), abren la espacialidad musical de su fórmula hasta dimensiones que ya no nos remiten al pequeño gran secreto que descubríamos cueva a cueva, pista a pista, en sus dos primeros discos.

A partir de ahí podemos decir que el disco entra en una dinámica bastante decepcionante. Sin una lógica coordinadora, una línea maestra de coherencia o un algo en común, las canciones se presentan aisladas, demasiado diferentes entre sí y carentes de un mínimo magnetismo que nos enganche irremediablemente a dos seguidas. Piezas que, a grandes rasgos, podríamos dividir en dos modelos que no se dan precisamente la mano.

Inconexión

Por un lado tenemos la irreconocible versión de ‘House of the Rising Sun’, el clasicazo de The Amimals que convierten en auténtico coñazo, sin rastro de pasión alguna en el apartado vocal ni de ese arpegio legendario entre un soserío de notas lentas; y una ‘Last Year’ que ni en un millón de años herviría de lo lento que es su fuego sobre el que se cuece. Por otro, canciones como ‘Deadcrush’ o ‘Hit Me Like That Snare’, que parecen fallidos e irritantes intento de recreación de ‘Tessellate’ o ‘Fitzpleasure’ y de ‘Left Hand Free’ respectivamente, con la irreverencia saliéndoles por la culata en el caso de la segunda.

El álbum apenas dura 39 minutos divididos en 8 canciones de las que no incluiríamos más que dos o tres en un recopilatorio de lo mejor de Alt-J. Una de ellas es ‘Adeline’, el que fuera su tercer y más convincente adelanto. Delicada, con un desarrollo intenso y hermoso, tiene casi todos los elementos que hicieron de Alt-J en un pasado todavía muy cercano una banda de referencia. La otra es ‘Pleader’, también muy lenta pero con arreglos muy apreciables esparcidos de manera brillante; el problema es que muchos oyentes se habrán quedado por el camino aburridos o simplemente decepcionados.

Relaxer es, en resumen, un disco corto, pobre, lento, tedioso, falto de emoción y con varios ademanes de repetir algo que no acaba de salir bien. Los síntomas más preocupantes que puede presentar una tercera entrega. Esperemos que solo sea un bache en su trayectoria, que esta gente ganó el Mercury Music Prize con su primer álbum.