Crítica: Slowdive – Slowdive
22 años después de su última publicación, la reunida banda británica Slowdive vuelve con un disco homónimo: una obra maestra. Un disco suspendido en el pasado, en el lugar de nuestra mente donde nace la nostalgia.
Si Slowdive se caracterizaron en sus años mozos por transmitir un poderoso contenido emocional y, sobre todo, nostálgico, imagínenselos ahora, 22 años después. Por aquel entonces, en el amanecer de los 90, los ingleses parecían expresar melancolía, tristeza e incluso temor por un futuro ilusorio y, en cualquier caso, incierto; hoy, sin embargo, todas esas emociones parecen habernos barrido, como una ola de aceptación que nos ha pasado por encima. Pero que sigue estando atrás.
La banda más legendaria del fenómeno shoegaze-dreampop británico, absolutamente de culto durante las dos décadas que nos ha abandonado, ha vuelto en 2017 con una obra maestra difícilmente mejorable. No solo por habernos devuelto un pedazo de nuestros propios pasados, sino porque lo han hecho desde lo más profundo de su esencia, que parece haberse descongelado sin alteración alguna pasada una generación entera. La misma delicadeza en carne viva, la misma catarata fina de distorsión, la misma llovizna permanente de guitarras hirientes que brillan en la oscuridad, las mismas voces, suspendidas entre la nada y el todo. Los mismos Slowdive.
Cápsulas del pasado
Pocas veces un nombre homónimo había dado tanto sentido a un álbum. La formación de Reading, que parece haber renunciado al futuro estilísticamente hablando, se ha sumergido en su propio pasado para cerrar heridas y recuperar su propia historia. “We’re younger than clouds”, dicen en ‘Slomo’, anestésica canción inicial, al tiempo que nos envuelven en una dulce nebulosa capaz de retroceder en el tiempo. Ellos y nosotros; de la mano, como siempre, “Like dreamers at dawn”.
El siguiente paso de este viaje temporal es ‘Star Roving’, el que fuera primer adelanto del álbum: un corte de naturaleza monumental que manifiesta más garra, seguridad y firmeza que cualquier canción de la primera etapa –¡Qué maravilla poder decir “primera etapa”!– de Slowdive. Ésta, junto con ‘No Longer Making Time’, son posiblemente las mejores piezas del disco; o, al menos, las que más de punta consiguen ponernos los pelos. “Cathy, don’t wait too long / We’re no longer making time / Forever we’ll be / Together, we breathe / No longer for too run”, el estribillo de la segunda, con ese sobrecogedor cambio de intensidad, con esa melódica categórica, llena de saltos al vacío, saltos llenos de fe, con esas poderosas, afiladas y cálidas guitarras, parece un viejo sueño hecho realidad.
En la misma línea ultraemocional –la que más nos gusta– hay otras dos canciones que mencionar, apoyadas ambas en la voz de Goswell precipitándose y en la pantalla de sonido que tan bien saben construir. Una pantalla líquida que cae siempre en picado dibujando perfiles muy reconocibles, tanto en ‘Don’t Know Why’ como en ‘Everyone Knows’. Perfiles que trazan el recuerdo de catedrales de arena erigidas sobre unas nubes negras a punto de estallar. Lo dicho: los mismos Slowdive.
No obstante, más allá de este importante y sobresaliente núcleo duro, Slowdive también presenta piezas ligeramente atípicas con respecto a la fórmula tradicional de la banda. Tales como ‘Sugar for the Pill’, con cierto deje de balada pop ochentera aunque el vértigo controlado de sus guitarras nos mantengan en la nebulosa en la que entramos desde el primer corte; ‘Go Get It’, que a pesar de conservar un sello de sonido propio, parece cercana a lo que podemos esperar del nuevo álbum de Grizzly Bear: calidez horizontal y fibra emocional; y, por supuesto, ‘Falling Ashes’, delicado, metonímico y extenso corte final, que despide el álbum mediante un arpegio de piano eminentemente nostálgico. “The night moves [?] past / The years tumble down”.
No hay nada como perder algo para valorarlo en su justa medida
Visto lo visto, bendigamos los 20 años que los británicos han pasado separados. Slowdive se marcharon siendo una banda representativa de una corriente impotente, y han vuelto dos décadas después convertidos en leyenda, representando el renacimiento de un género enormemente revalorizado. Tal vez, precisamente, porque al no haber dejado descendencia han tenido que ser ellos mismos, todos sus protagonistas destacados –My Bloody Valentine, Ride, Lush y, por supuesto, Slowdive–, los que lo pusieran en valor, utilizando el viejo truco de la ausencia. ¡Y joder si les hemos echado de menos!
El nuevo disco es incluso mejor de lo que habíamos llegado a imaginar. No es en absoluto un refrito de sus viejas habilidades, ni tampoco un forzado paso hacia adelante. Slowdive contiene algunas de las mejores canciones jamás escritas por Goswell y Halstead: cápsulas suspendidas en el pasado, en el lugar de nuestra mente donde nace la nostalgia. Un álbum capaz de hacernos creer de nuevo en el sueño más ilusorio y común de todos: manejar a nuestro antojo el inexorable paso del tiempo. Eso sí, a pesar de todo, el maldito disco suena tremendamente actual. Es lo que tiene la música cuando se hace universal.