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Review

Billy Corgan – Ogilala

No intentaré hacer con estas líneas un retrato de Billy Corgan, ni de William Patrick Corgan ni del antiguo líder de The Smashing Pumpkins. No me atrevería. Estamos ante una de las personalidades musicales más complejas de los años 90, responsable principal de obras maestras como Mellon Collie and the Infinite Sadness, Adore y Machina/The Machines of God, y, según dicen, culpable de la imposible convivencia dentro de la banda que él mismo fundó junto a James Iha en 1988, quizá la formación que mejor reinventó el grunge pasado 1995. Palabras mayores.

Sin querer menospreciar su obra al frente de Zwan y el prescindible retorno de The Smashing Pumpkins en 2007 –tras siete años de disolución y sin Iha–, da la impresión de que Corgan llevaba perdido casi 20 años y al fin, por la vía de la desnudez y de la sinceridad, se ha encontrado. Su primera intención fue coronar dicho alumbramiento asumiendo como nuevo apelativo artístico el de William Patrick Corgan: su nombre completo de nacimiento. Pero hace unos días se arrepintió y volvió a ser simplemente Billy (también ha cambiado la portada…), aunque, como él mismo ha reconocido, se le haga raro “llamar Billy a un señor de 50 años”. “Era ‘Billy’ en Smashing Pumpkins”, continúa, “pero ahora suena como si fuera otra persona”.

Sí intentaría encantado tratar Ogilala, su nuevo álbum, como si fuera obra de otra persona distinta, alguien que no creó tantas y tantas canciones con una banda que vendió millones de discos. Pero resulta imposible. Sobre todo porque sus nuevas canciones son lo más parecido a música nueva –y decente– de The Smashing Pumpkins desde su disolución. Desnudas y basadas en guitarras acústicas y pianos, recuerdan poderosamente a ciertas baladas lentas que la formación de Chicago intercalaba entre sus piezas más ácidas. A temas como ‘To Sheila’, ‘Crestfallen’, ‘Blank Page’, ‘Stumbleine’, ‘Disarm’ o ‘Landslide’, repartidos por toda su discografía. Y aún diría más: a otros muchos cortes de The Smashing Pumpkins, sean cuales sean sus apariencias formales, en una misma familiaridad melódica tremendamente reconocible.

Porque se reconoce desde lejos la autoría de las 11 canciones que conforman Ogilala. No solo por la inconfundible voz de Corgan, sino también por el tipo de saltos, cimas y requiebros melódicos que practica el de Illinois. También por sus temáticas marca de la casa –amor, identidad, fe– y por esa forma de escribir tan críptica, pretenciosa y poética. En realidad, siendo sinceros, también porque suenan un poco todas igual. Sí, es cierto, el disco es aburridete. Pero por otra parte, esto significa que si te gusta una te gustan todas, y al final lo acabas escuchando entero teniendo la sensación de no haber salido de la misma canción placentera que te gustó en primera instancia.

De fácil digestión

Así que si te entra bien ‘Zowie’, toda irá bien. Su piano nostálgico y su “Not be so lost as I / When life keeps a running faster than your scars”, confesado en los primeros versos, nos adentran en un territorio triste pero bastante hermoso: esperanzador en ‘Processional’ –donde participa James Iha al mellotron–, con cierta épica conciliadora en ‘The Spaniards’, infundido de carisma en ‘The Long Goodbye’, donde vuelve a declararse perdido, y autojustificante en ‘Half-Life of an Autodidact’. Buen arranque. Y buen final. Porque tras varios temas que no aportan nada más a la línea maestra de Ogilala, el álbum se cierra con una preciosa pieza llamada ‘Archer’. Compuesta por una acústica, lo que parece otra guitarra o un arpa electrificada y arreglos de otras cuerdas, da la impresión de que apunta en la misma dirección que todas las demás pero con algo diferente: una entonación derrotista o cierto aire a despedida.

Con todo, el esfuerzo de supervivencia de Corgan en la industria es más que encomiable. Su obra continúa, más fuerte ahora que en los últimos 17 años, transformada casi completamente en música de autor. Además, en comparación con TheFutureEmbrace, el que fuera su primer disco en solitario allá por 2005, Ogilala ha recibido una atención mayor debido, probablemente, a la constatación de que The Smashing Pumpkins, tal y como funcionaban en los 90, ya no volverán jamás. Y la mente de Billy Corgan es lo más cercano a ellos que nos queda.

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